3 nov 2011

Lo irreal puede ser real



Había sido tan perfecto el sueño, era todo tan real, que se levantó de un brinco como de costumbre pero al instante se volvió a recostar, solamente para poder retomar el sueño. No lo lograba…cerraba los ojos, se esforzaba pero sólo conseguía traer a la mente imágenes cotidianas, nada que ver con lo fantástico que había presenciado hacia minutos u horas.


Agarró su cuaderno, ya manchado de palabras sueltas, húmedas pero vivas y pudo volcar una serie de fotografías que había conseguido congelar en su retina luego del sueño. Una de ellas resaltaba más que ninguna otra, pero no lograba captar con exactitud si había en esa imagen alguna especie de metamorfosis típica del mundo onírico pero no, no era una opción: era ella, al menos así lo creía. Revolvió su casa entera para encontrar sus cajas con recuerdos, removió todas las fotos viejas y actuales pero no encontró ninguna que se asemejara a esa sonrisa resplandeciente, ninguna ni cerca de parecerse.


Cerró el cuaderno, lo guardó en su cartera y salió a la calle para agilizar. Ella siempre tenía algún juego desatinado y absurdo que la entretenía, que la mantenía enérgica.


Además de vivir en el mundo platónico inteligible; además de enamorase en silencio y de creer fervorosamente que algún día un principito lograría encontrarla, cuidarla y amarla tanto como a una flor; además de jugar con los duendes que según ella la visitaban todas las noches y no la dejaban dormir, fue ideando de a poco un mundo paralelo recóndito en su guarida. Su vida era una novela, y cada capítulo contenía un suspenso eterno que ni ella lograba ni quería concluir. Así y todo, dejaba atrás los prejuicios de la gente, ya no tenia tiempo para perder en esos asuntos tan banales e insignificantes. Sólo se preocuparía por mantener a un puñado de su gente cerca, sólo un puñado, no necesitaría más. Ahora bien, lo único que le importaba en demasía era sentir que aquellos eran sus cómplices. ¡Como insistía con esa palabra! De todas maneras no dejaba de ser amable con los vecinos, con los mismos duendes nocturnos y con sus enemigos.


Recorrió muchos bares de Buenos Aires hasta que se decidió, por uno. Suspiró y se sentó atolondrada. Según ella hay bares y bares en la ciudad, de todos los estilos y para diferentes estereotipos, solo dependería de su ánimo el bar que elegiría. Y ese día, se decidió por aquel que la remontaba al típico bar de ruta, con mesas de plástico al aire libre, con gente amable que servía y lo infaltable: un buen ángulo para mirar a todos los personajes yendo y viniendo. Éste por ejemplo era otro de sus juegos preferidos. Pues podía pasarse días enteros en la misma silla, fumando, tomando cerveza, y jugando a adivinar la vida de la gente. Se imaginaba sus vidas, sus alegrías, sus desgracias, y generalmente se sorprendía de no ver a solos o solas en alguna mesa disfrutando de esa soledad que a ella tan bien le hacía. No podía evitar alguna que otra mueca sarcástica y ya no pretendía que las cosas cambiaran porque le enorgullecía sentirse única: única en el bar, única con su manera de pensar, única con su manera de amar la vida y de odiar por momentos al ser humano, aunque lograba darse cuenta con el correr de los días que podría perfectamente vivir aislada pero de esa manera sus juegos se desvanecerían. Entonces tachó esa idea de irse una noche de otoño a algún pueblo fantasma, lejos de la ciudad. Pero aun así en esa lista que tiene guardada y que la lleva siempre consigo, quedan incontables ideas ilusorias pendientes. Le encantaba jugar con la muerte también. Sabia que algún día llegaría ese día y deseaba impetuosamente que el día en que la encontrara, la encontrara brillando. Seguramente por eso se codeaba seguido con los límites o jugaba a planear nuevos desafíos… tal vez…quizás…¡quien sabe!


Aquel sueño había sido una señal clarísima, y ella seguía las señales de la vida, tratando siempre de acatarlas en el momento justo, le prestaba muchísima atención al tema de los tiempos. Así como era puntual para sus quehaceres y encuentros, lo era con las señales, a quienes les tenia por sobre todas las cosas sumo respeto. “Es alguien que nos trae un mensaje, solo tienes que saber leerlo”, solía decir cada vez que alguien no entendía de qué hablaba. Claramente no pasaban desapercibidas por su vida.


Así fue que se detuvo en aquel bar de ruta, pidió para tomar, y su mirada se empezó a perder entre la muchedumbre que rondaba por el barrio. Mientras mordía su birome con un dejo de incertidumbre, no hacía otra cosa más que esperar ansiosa aquel guiño amigo que le indicaría como seguir. Consiguió entrar en trance con sus sentidos y seguiría esperando… no mucho más.


Se enojó con las señales, pronunció todas las malas palabras que tanto amaba y le pidió perdón a la moza que con cierta delicadeza se acercó a la mesa para ver que estaba ocurriendo. “A veces hablo sola”, atinó a decirle, mientras le sonreía falsamente como a quien no le importa ser agradable. Es que se olvidaba de que vivía en sociedad y que debía mantener las formas, y en ese momento las palabras necesitaban resurgir. Siempre era para adentro ese murmullo que mantenía con sus otros yoes, pero esa tarde de invierno tenia tal energía acumulada mezclada con una sensación de pura adrenalina, que por algún lado tenia que salir.


Pasaban las horas y ella seguía allí, los cigarrillos fumados cada vez eran más y la cuenta iba acumulando vasos rotos, botellas vacías, y quinientosmilmillones de perdones dirigidos a la señorita que no hacia otra cosa más que observarla.


De repente una oleada de inspiración le azotó la cabeza y le hizo ver con una cierta claridad el significado de aquella fotografía que con un poco de voluntad propia podría dilucidar a la perfección.


Rápidamente se le ocurrió una idea idiota que terminó por ser una grandeza: cerró los ojos, detuvo el tiempo con su mente, se obligó a pensar unos segundos en él, y se auto sacó una foto con su celular, luego la miró rápidamente como quien está seguro de lo que va a ver e hizo una mueca de satisfacción. Volvió a recordar la fotografía congelada del sueño y si, si...le costaba confirmarlo y aceptarlo pero era él. Y comenzó a gritar “Es él”. La moza se acercó nuevamente ya atónita pero ella se le adelantó, la abrazó, la sacudió y le dijo “Todo cierra, ¿entendes?, es él!”, le dio unos cuantos billetes en la mano, otro abrazo eterno, cerró el cuaderno y se fue corriendo por las calles.


Había sido tan perfecto el día, seguía siendo todo tan irreal…

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